La casa de Yanahuara
- Dani D'Addieco
- 6 jun 2017
- 2 Min. de lectura
Llevo a Catalina de paseo, atravesamos el parque Roosevelt, ya es de tarde y el frío comienza a sentirse. Me detengo al ver una señal con una flecha hacia ambos lados, derecha, izquierda, me detengo, levanto la mirada y los arboles están cubriendo todo, parece que quisieran hablar y me veo, sentada en el jardín de mi casa. La casa en la que viví durante gran parte de mi vida ya no nos pertenece, pero el recuerdo está presente constantemente en las conversaciones y hasta dentro de mis sueños. Se cocinaron muchas pizzas, hubo demasiadas conversaciones, se congregaron las amigas de toda la vida, las de siempre, para discutir, o para dejar sus lágrimas sobre la alfombra de la sala mientras la chimenea nos contemplaba en silencio y reclamaba más olor a cigarrillo. Reuniones de un grupo de colegialas, reuniones de un grupo de universitarias, reunión de mujeres, con amigos, viejos amores, amigos que se fueron, algunos para siempre, y la certeza que la casa nos abrazaba para siempre sostener nuestras angustias.
Mi amiga de toda la vida, la de siempre, recibió un anillo de compromiso y dio su respuesta más afirmativa, y yo entre la alegría y la sorpresa me preguntó: ¿en qué momento pasaron 15 años?, en que momento la vida nos llevó por rumbos diferentes, aunque siempre se empeña en mantenernos unidas, el gato en el tejado se esfumó, la mesa redonda de la cocina ya no sostiene el café y la fruta, el sillar a pintado otras paredes, otras historias que ya no nos pertenecen.
Aún huelo las papayas arequipeñas del jardín, veo el limonero que nunca dio fruto, a cada una de ellas con una historia diferente. Y veo a mi hija, espero, ojalá la vida te regale amigas tan entrañables como las que aún permanecen en la mía.
Felicidades Claudita.
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